
Comentario de las lecturas
Domingo de Ramos – 05 de abril de 2020 – Año A
Su crimen: haber amado y enseñado a amar
Introducción
Jesús se encuentra cenando con los Doce cuando se dirige a ellos diciendo: “¡Uno de ustedes me traicionará!” Entonces ellos, profundamente entristecidos, comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Soy yo, Señor?” También Judas, el traidor, tomando la palabra le dijo: “¿Soy yo, Maestro?” Jesús le responde: “Tú lo has dicho” (Mt 26,20-25).
Cada uno debería saber si es traidor o no ; ¿qué necesidad hay de preguntárselo a Cristo? Judas es hipócrita hasta el final pero, ¿por qué los otros hacen la pregunta: “¿acaso soy yo?” Si las cosas hubieran sucedido tal y como nos relata Mateo, a la respuesta de Jesús desenmascarando al traidor, hubiera seguido inmediatamente la reacción de los once y el arreglo de cuentas con el culpable. La cena, sin embargo, sigue tranquilamente.
Una preocupación de tipo pastoral mueve a Mateo a poner el interrogante en boca de todos los presentes. Quiere que los cristianos nos hagamos la misma pregunta: ¿quizás soy yo un traidor?
Judas es el símbolo del anti-discípulo, es decir, de aquel que cultiva proyectos contrarios a los del Señor, de quien está dispuesto a traicionar la propia fe por amor al dinero y a ponerse a la cabeza de los que luchan contra las fuerzas del bien.
El verdadero discípulo no es tan iluso como para pensar que está inmune de este peligro. Conoce la propia fragilidad, sabe que puede tomar fácilmente el camino equivocado y, quizás de buena fe, transformarse en un traidor, posicionarse contra el Maestro, hacer el juego a los enemigos de la vida.
Solo el constante enfrentarse con la palabra de Cristo y con su supremo gesto de amor, puede evitar ingenuas, arrogantes seguridades y trágicas ilusiones.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Solo quien responde al odio con amor, introduce en el mundo una novedad y un principio de vida”.
Primera Lectura: Isaías 50,4-7
4 El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo,
para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento.
Cada mañana, él despierta mi oído
para que yo escuche como un discípulo.
5 El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
6 Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
7 Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado.
Explicando la primera lectura de la fiesta del Bautismo del Señor, habíamos hablado de un personaje misterioso que entra en escena en la segunda parte del libro de Isaías. Se trata del “Siervo del Señor”. En la lectura de hoy este “Siervo” reaparece y habla.
Describe, sobre todo, la misión que le ha sido encomendada: ha sido enviado a anunciar un mensaje de consuelo para quien está abatido y sin esperanza (v.4). De sus labios solo salen palabras de ánimo para aquellos que se han descarriado por sendas equivocadas y no aciertan a encontrar el recto camino, para quien está envuelto en tinieblas y se tambalea en la obscuridad
Después, aclara cómo llevará a cabo su misión (vv. 4-5). El Señor le ha dado un oído capaz de escuchar y una boca en grado de hablar. Lo que oía no era agradable, pero no ha aceptado compromisos, no se ha echado para atrás, ha sabido resistir (v. 5).
Finalmente, cuenta lo que le ha sucedido, cuáles han sido las consecuencias de su coherencia. Ha comunicado fielmente el mensaje oído y ha sido golpeado, insultado, abofeteado, le han escupido en la cara, pero no ha reaccionado, ha continuado a esperar en el Señor (v. 7).
Escuchando, sobre todo la última parte de la lectura, uno se siente inclinado casi espontáneamente a identificar este Siervo con Jesús (después de la Pascua, esto es lo que hicieron los primeros cristianos). Como el “Siervo del Señor”, Jesús se ha mantenido siempre a la escucha del Padre, ha pronunciado siempre palabras de consuelo y de esperanza, ha animado a los que han perdido la confianza y a los marginados y ha terminado como el Siervo de quien habla el libro de Isaías (cf. Mt 27,27-31).
Existe el riesgo de pararse a contemplar la fidelidad de Jesús, de conmoverse ante todo lo que ha padecido, de sentir indignación por las injusticias que ha sufrido y concluir diciendo que, también hoy, hay héroes, fieles, a Dios, que están pasando por la misma, dramática experiencia del Siervo del Señor.
No unos cuantos héroes, sino todo creyente ha sido llamado a llevar a cabo la misión del “Siervo” de Cristo, es decir: mantenerse siempre a la escucha de la palabra de Dios, traducir en hechos lo que oído y estar dispuestos a sufrir las consecuencias.
Segunda Lectura: Filipenses 2,6-11
6 Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de ser igual a Dios;
7 sino que se vació de sí
y tomó la condición de esclavo,
haciéndose semejante a los hombres.
Y mostrándose en figura humana 8 se humilló,
se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz.
9 Por eso Dios lo exaltó
y le concedió un nombre superior a todo nombre,
10 para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble,
en el cielo, la tierra y el abismo;
11 y toda lengua confiese:
¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
La comunidad de los filipenses era muy buena y Pablo estaba muy orgulloso de ella pero, como sucede a veces, había un poco de envidia entre sus miembros. Por lo visto, cuando alguien quería atraer sobre sí la atención se comportaba como el patrón, queriendo imponer su voluntad a los demás. A causa de esta situación, Pablo les amonesta y recomienda con apasionamiento en la primera parte de la carta: “Les pido que hagan perfecta mi alegría permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir. No hagan nada por ambición o vanagloria…nadie busque su interés sino el de los demás” (Fil 2,2-4).
Para mejor imprimir en la mente y en el corazón de los filipenses esta enseñanza, presenta el ejemplo de Cristo. Lo hace citando un himno estupendo, conocido en muchas de las comunidades cristianas del siglo I.
En dos estrofas el himno cuenta la historia de Jesús.
Él existía ya antes der hacerse hombre. Encarnándose, “se vació” de su grandeza divina, aceptando entrar en una existencia esclava de la muerte. No se ha revestido de nuestra humanidad como quien endosa un vestido para quitárselo después. Se ha hecho para siempre semejante a nosotros: ha asumido nuestra debilidad, nuestra ignorancia, nuestra fragilidad, nuestras pasiones, nuestros sentimientos y nuestra condición mortal. Ha aparecido a nuestros ojos en la humildad del más despreciado de los hombres, el esclavo, aquel a quien los romanos reservaban el suplicio ignominioso de la cruz (vv. 6-8). El camino que él ha recorrido, sin embargo, no ha concluido con la humillación y muerte de cruz.
En la segunda parte del himno (vv. 9-11) canta la gloria a la que ha sido elevado: el Padre lo ha resucitado, lo ha puesto como modelo a todo hombre, le ha dado el poder y el dominio sobre toda criatura. La humanidad entera terminará uniéndose a él y, en aquel momento, se habrá cumplido el proyecto de Dios.
Evangelio: Mateo 26,14–27,66
14 Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, se dirigió a los sumos sacerdotes 15 y les propuso: ¿Qué me dan si se los entrego? Ellos se pusieron de acuerdo en treinta monedas de plata. 16 Desde aquel momento buscaba una ocasión para entregarlo.
17 El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? 18 Él les contestó: Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: El maestro dice: mi hora está próxima; en tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos. 19 Los discípulos prepararon la cena de Pascua siguiendo las instrucciones de Jesús.
20 Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. 21 Mientras comían, les dijo: Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar. 22 Muy tristes, empezaron a preguntarle uno por uno: ¿Soy yo, Señor? 23 Él contestó: El que se ha servido de la misma fuente que yo, ése me entregará. 24 El Hijo del Hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay de aquél por quien el Hijo del Hombre será entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. 25 Le dijo Judas, el traidor: ¿Soy yo, maestro? Le responde Jesús: Tú lo has dicho. 26 Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman, esto es mi cuerpo. 27 Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: Beban todos de ella. 28 porque ésta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados 29 Les digo que en adelante no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
30 Cantaron los salmos y salieron hacia el monte de los Olivos. 31 Entonces Jesús les dice: Esta noche todos van a fallar por mi causa, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. 32 Pero cuando resucite, iré delante de ustedes a Galilea. 33 Pedro le contestó: Aunque todos fallen esta noche, yo no fallaré. 34 Jesús le respondió: Te aseguro que esta noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. 35 Pedro le replica: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Lo mismo decían los demás discípulos.
36 Entonces Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos. Siéntense aquí mientras yo voy allá a orar. 37 Tomó a Pedro y a los dos Zebedeos y empezó a sentir tristeza y angustia. 38 Les dijo: Siento una tristeza de muerte; quédense aquí, y permanezcan despiertos conmigo. 39 Se adelantó un poco y, postrado su rostro en tierra, oró así: Padre, si es posible, que se aparte de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. 40 Volvió a donde estaban los discípulos. Los encuentra dormidos y dice a Pedro: ¿Será posible que no han sido capaces de estar despiertos una hora conmigo? 41 Estén atentos y oren para no caer en la tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. 42 Por segunda vez se alejó a orar: Padre, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, que se cumpla tu voluntad. 43 Volvió de nuevo y los encontró dormidos, porque tenían mucho sueño. 44 Los dejó y se apartó por tercera vez repitiendo la misma oración. 45 Después se acerca a los discípulos y les dice: ¡Todavía dormidos y descansando! Está próxima la hora en que el Hijo del Hombre será entregado en poder de los pecadores. 46 Levántense, vamos; se acerca el traidor.
47 Todavía estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de gente armada de espadas y palos, enviada por los sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48 El traidor les había dado una contraseña: Al que yo bese, ése es; arréstenlo. 49 Enseguida, acercándose a Jesús le dijo: ¡Buenas noches, maestro! Y le dio un beso. 50 Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué has venido? Entonces se acercaron, le echaron mano y arrestaron a Jesús. 51 Uno de los que estaban con Jesús desenvainó la espada y de un tajo cortó una oreja al sirviente del sumo sacerdote.
52 Jesús le dice: Envaina la espada: Quién a espada mata, a espada muere. 53 ¿Crees que no puedo pedirle al Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles? 54 Pero entonces, ¿cómo se cumplirá lo escrito, que esto tiene que suceder? 55 Entonces Jesús dijo a la multitud: Como si se tratara de un asaltante han salido armados de espadas y palos para capturarme. Diariamente me sentaba en el templo a enseñar y no me arrestaron. 56 Pero todo eso sucede para que se cumplan las profecías. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
57 Los que lo habían arrestado lo condujeron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde se habían reunido los letrados y los ancianos. 58 Pedro le fue siguiendo a distancia hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los empleados para ver en qué acababa aquello.
59 Los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban un testimonio falso contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte. 60 Y, aunque se presentaron muchos testigos falsos, no lo encontraron. Finalmente se presentaron dos 61 que declararon: Éste ha dicho: Puedo derribar el santuario de Dios y reconstruirlo en tres días. 62 El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: ¿No respondes a lo que éstos declaran contra ti? 63 Pero Jesús seguía callado. El sumo sacerdote le dijo: Por el Dios vivo te conjuro para que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios. 64 Jesús le responde: Tú lo has dicho. Y añado que desde ahora verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y llegando en las nubes del cielo.
65 Entonces el sumo sacerdote, rasgándose sus vestiduras, dijo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué falta nos hacen los testigos? Acaban de oír la blasfemia. 66 ¿Cuál es el veredicto de ustedes? Respondieron: Reo de muerte.
67 Entonces le escupieron al rostro, le dieron bofetadas y lo golpeaban 68 diciendo: Mesías, adivina quién te ha pegado. 69 Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una sirvienta y le dijo: Tú también estabas con Jesús el Galileo. 70 Él lo negó delante de todos: No sé lo que dices. 71 Salió al portal, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: Éste estaba con Jesús el Nazareno. 72 De nuevo lo negó jurando que no conocía a aquel hombre. 73 Al poco tiempo se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: Realmente tú eres uno de ellos, el acento te delata. 74 Entonces empezó a echar maldiciones y a jurar que no lo conocía. En ese momento cantó el gallo 75 y Pedro recordó lo que había dicho Jesús: Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Y saliendo afuera, lloró amargamente.
27.1 A la mañana siguiente los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo tuvieron una deliberación para condenar a Jesús a muerte. 2 Lo ataron, lo condujeron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
3 Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas a los sumos sacerdotes y ancianos, 4 diciendo: He pecado entregando a un inocente a la muerte. Le contestaron: Y a nosotros, ¿qué? Eso es problema tuyo. 5 Arrojó el dinero en el santuario, se fue y se ahorcó. 6 Los sumos sacerdotes, recogiendo el dinero, dijeron: No es lícito echarlo en la alcancía, porque es precio de una vida. 7 Y, después de deliberar, compraron el Campo del Alfarero para sepultura de extranjeros. 8 Por eso aquel campo se llama hasta hoy, Campo de Sangre. 9 Así se cumplió lo que profetizó Jeremías: Tomaron las treinta monedas, precio del que fue tasado, del que tasaron los israelitas, 10 y con ello pagaron el campo del alfarero; según las instrucciones del Señor.
11 Jesús fue llevado ante el gobernador, el cual lo interrogó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Contestó Jesús: Tú lo has dicho. 12 Pero, cuando lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos no respondía nada. 13 Entonces le dice Pilato: ¿No oyes de cuántas cosas te acusan? 14 Pero no respondió una palabra, con gran admiración del gobernador.
15 Por la Pascua acostumbraba el gobernador soltar a un prisionero, el que la gente quisiera. 16 Tenía entonces un preso famoso llamado Jesús Barrabás. 17 Cuando estaban reunidos, les preguntó Pilato: ¿A quién quieren que les suelte? ¿A Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías? 18 Ya que le constaba que lo habían entregado por envidia.
19 Estando él sentado en el tribunal, su mujer le envió un recado: No te metas con ese inocente, que esta noche en sueños he sufrido mucho por su causa. 20 Mientras tanto los sumos sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidieran la libertad de Barrabás y la condena de Jesús. 21 El gobernador tomó la palabra: ¿A cuál de los dos quieren que les suelte? Contestaron: A Barrabás. 22 Responde Pilato: ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? Contestan todos: Crucifícalo. 23 Él les dijo: Pero, ¿qué mal ha hecho? Pero ellos seguían gritando: Crucifícalo.
24 Viendo Pilato que no conseguía nada, al contrario, que se estaban amotinando, pidió agua y se lavó las manos ante la gente diciendo: No soy responsable de la muerte de este inocente. Es cosa de ustedes.
25 El pueblo respondió: Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos. 26 Entonces les soltó a Barrabás, y a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran. 27 Entonces los soldados del gobernador condujeron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la guardia. 28 Lo desnudaron, lo envolvieron en un manto escarlata, 29 trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza, y pusieron una caña en su mano derecha. Después, burlándose, se arrodillaban ante él y decían: ¡Salud, rey de los judíos! 30 Le escupían, le quitaban la caña y le pegaban con ella en la cabeza. 31 Terminada la burla, le quitaron el manto y lo vistieron con su ropa. Después lo sacaron para crucificarlo.
32 A la salida encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a cargar con la cruz. 33 Llegaron a un lugar llamado Gólgota, es decir, Lugar de la Calavera, 34 y le dieron a beber vino mezclado con hiel. Él lo probó, pero no quiso beberlo. 35 Después de crucificarlo, se repartieron a suertes su ropa 36 y se sentaron allí custodiándolo. 37 Encima de la cabeza pusieron un letrero con la causa de la condena: Éste es Jesús, rey de los judíos. 38 Con él estaban crucificados dos asaltantes, uno a la derecha y otro a la izquierda.
39 Los que pasaban lo insultaban moviendo la cabeza 40 y diciendo: El que derriba el santuario y lo reconstruye en tres días que se salve; si es Hijo de Dios, que baje de la cruz. 41 A su vez, los sumos sacerdotes con los letrados y los ancianos se burlaban diciendo: 42 Salvó a otros, y no puede salvarse a sí mismo. Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él 43 Ha confiado en Dios: que lo libre si es que lo ama. Pues ha dicho que es Hijo de Dios. 44 También los asaltantes crucificados con él lo insultaban.
45 A partir de mediodía se oscureció todo el territorio hasta media tarde. 46 A media tarde Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lema sabactani, o sea: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 47 Algunos de los presentes, al oírlo, comentaban: Está llamando a Elías. 48 Enseguida uno de ellos corrió, tomó una esponja empapada en vinagre y con una caña le dio a beber. 49 Los demás dijeron: Espera, a ver si viene Elías a salvarlo. 50 Jesús, lanzando un nuevo grito, entregó su espíritu.
51 El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las piedras se partieron, 52 los sepulcros se abrieron y muchos cadáveres de santos resucitaron. Y, cuando él resucitó, 53 salieron de los sepulcros y se aparecieron a muchos en la Ciudad Santa. 54 Al ver el terremoto y lo que sucedía, el centurión y la tropa que custodiaban a Jesús decían muy espantados: Realmente éste era Hijo de Dios.
55 Estaban allí mirando a distancia muchas mujeres que habían acompañado y servido a Jesús desde Galilea. 56 Entre ellas estaban María Magdalena, María, madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
57 Al atardecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. 58 Se presentó ante Pilato y le pidió el cadáver de Jesús. Pilato mandó que se lo entregaran. 59 José lo tomó, lo envolvió en una sábana de lino limpia, 60 y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había excavado en la roca; después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se fue. 61 Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro.
62 Al día siguiente, el que sigue a la vigilia, se reunieron los sumos sacerdotes con los fariseos y fueron a Pilato 63 a decirle: Señor, recordamos que aquel impostor dijo cuando aún vivía que resucitaría al tercer día. 64 Manda que aseguren el sepulcro hasta el tercer día, no vayan a ir sus discípulos a robar el cadáver, para decir al pueblo que ha resucitado de entre los muertos. Este engaño sería peor que el primero. 65 Les respondió Pilato: Ahí tienen una guardia: vayan y asegúrenlo como saben. 66 Ellos aseguraron el sepulcro poniendo sellos en la piedra y colocando la guardia.
Todos los evangelistas dedican largo espacio al relato de la pasión y muerte de Jesús. Los hechos son fundamentalmente los mismos, aunque narrados de modo y desde perspectivas diversas. Cada evangelista presenta también detalles, episodios y llamadas de atención que les son propias, poniendo así de manifiesto su interés por algunos temas de catequesis, considerados significativos y urgentes para sus respectivas comunidades. La versión de la pasión que hoy día se nos propone es según san Mateo. En nuestro comentario nos limitaremos a mencionar los aspectos más característicos.
El primero, y muy importante, es que Mateo siembra todo el relato de repetidas referencias al cumplimiento de las Escrituras. Durante la última cena, Jesús pronuncia una frase que nos proporciona la clave de lectura de todo cuanto después acaecerá: “El Hijo del hombre se va como está escrito de él” (Mt 26,24).
Seguidamente, en el huerto de los Olivos, cuando los soldados se acercan para arrestarlo como si fuera un malhechor, reacciona diciendo: “Todo esto sucede para que se cumplan las profecías” (Mt 26,56).
Mateo hace caer en la cuenta que, aun los detalles más secundarios de la pasión –como por ejemplo, la traición de Judas por treinta monedas–, habían sido anunciados por los profetas (cf. Mt 27,9-10).
Nuestro evangelista resalta, sobre todo, un paralelismo entre la pasión de Jesús y el drama vivido por el justo del que habla el Salmo 22:
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Como Jesús en la cruz (cf. Mt 27,46) también el hombre del salmo dirige a Dios el grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22,2).
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Es objeto de las mismas burlas: “al verme, se burlan de mí, hacen muecas, menean la cabeza: acudió al Señor, que lo libre si tanto lo ama” (Sal 22,8-9); es exactamente lo que sucedió a los pies de la cruz, e idénticos son los insultos lanzados contra Jesús (cf. Mt 27,39.41-43).
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Como Jesús (cf. Mt 27,34.48), tiene sed: “Mi garganta está seca como una teja y la lengua pegada al paladar” (Sal 22,16).
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Está rodeado de malhechores y dice: “Me inmovilizan las manos y los pies” (Sal 22, 17); después continúa: “Se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica” (Sal 22,19). Esto fue lo que han hecho los soldados a los pies de la cruz (cf. Mt 27,35).
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Como Jesús, finalmente (cf. Mt 27,50), también él lanzó un grito (cf. Sal 22,25).
Las correspondencias son tales y tantas como para suponer que la intención del autor del salmo, hubiera sido el de darnos una descripción exacta y detallada de lo que le sucedería al Mesías. No es así.
Las sorprendentes semejanzas se deben a una selección teológica del evangelista, quien ha querido contarnos la pasión y muerte de Jesús teniendo presente el esquema de este salmo. Y lo ha hecho para ayudar a los lectores a ir más allá de la mera crónica de los acontecimientos y abrirse al significado profundo de cuanto estaba sucediendo.
También los otros evangelistas citan las Escrituras, pero no con la insistencia de Mateo. La razón es que él escribe su evangelio para los judíos que han sido educados, en las catequesis de los rabinos, a esperar a un Mesías vencedor, dominador, grande y potente. Frente al fracaso con que había concluido la vida de Jesús, ¿quién hubiera tenido el coraje de presentarlo como Mesías?
El desafío que han lanzado a Jesús, al pie de la cruz, los sacerdotes, escribas, ancianos: ”¡Sálvate a ti mismo! Si eres Hijo de Dios desciende de la cruz” (Mt 27,40) hay que entenderlo desde esta óptica. Están dispuestos a creer al vencedor, no al perdedor.
A los judíos y a todos aquellos que, también hoy, se escandalizan frente a un Mesías derrotado, Mateo responde: las profecías del Antiguo Testamento anuncian a un Mesías humillado, perseguido y ejecutado; lo presentan como el compañero de todo hombre que sufre y se siente oprimido.
Dios no ha salvado milagrosamente a Cristo de una situación difícil, no ha impedido la injusticia y la muerte de su Hijo, pero ha trasformado su derrota en victoria, su muerte en nacimiento, su tumba en un vientre del que ha nacido una vida sin fin.
Dios nos ha hecho saber, en su Hijo, que él no vence al mal impidiéndolo con intervenciones prodigiosas o quitándole el poder de hacer daño, sino convirtiéndolo en un momento y ocasión de crecimiento para el hombre. Aun dejándonos guiar e iluminar por las Escrituras –como nos invita a hacer Mateo- es difícil asimilar esta lógica de Dios, es difícil aceptar que: “si el grano caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).
Una segunda enseñanza en la que insiste, sobre todo Mateo, es el rechazo a la violencia y al uso de las armas. Solo él nos trasmite las palabras de Jesús a Pedro: “Envaina la espada. Quien a espada mata a espada muere” (Mt 26,52).
Tertuliano, el famoso apologeta del II-III siglo, comentaba: “Desarmando a Pedro, Jesús ha quitado las armas de las manos de todo soldado”. Haciéndose eco de esta afirmación, Orígenes, el gran comentador de la Biblia, escribía unos decenios más tarde: “Nosotros, los cristianos, no empuñamos más las armas, no aprendemos más el arte de la guerra porque, a través de Jesús, nos hemos convertido en hijos de la paz”.
Los primeros cristianos lo tenían claro: un discípulo de Cristo debe estar dispuesto, como el Maestro, a dar la vida por el hermano y no a matarlo; nunca, por ninguna razón.
Uno de los temas favoritos de Mateo es la universalidad de la salvación. Israel no puede considerarse como el único y celoso depositario de las promesas. Ha llevado a cabo la tarea que el Señor le ha encomendado: preparar la venida del reino de Dios. Ahora, es esperado, el primero entre los invitados, en la sala del banquete (cf. Mt 22,1-6). Israel, por desgracia, ha rechazado la invitación, un rechazo que fue vivido en las primeras comunidades cristianas como una herida, como una espada que traspasa el alma (cf. Lc 2,35, como “una espina en la carne” (2 Cor 12,7).
Hay dos hechos en el relato de la pasión referidos solamente por Mateo: el sueño de la mujer de Pilato y el gesto del procurador de lavarse las manos, descargando sobre los judíos la culpa por la muerte de Jesús (Mt 27,19.24). Exprimen de modo emblemático el drama de este pueblo y la responsabilidad que se ha atraído sobre sí no acogiendo al Mesías que Dios les había enviado. Expresión máxima de este rechazo es el grito: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt 27,25).
La insensata interpretación de esta frase ha tenido consecuencias trágicas: odios, acusaciones absurdas, violencias, persecuciones de cristianos contra los judíos. El sentido que atribuye Mateo a estas palabras es completamente diverso. Turbado por la catástrofe que había golpeado a Israel en la mitad del siglo primero a.C. y que terminó con la destrucción de Jerusalén, Mateo había intuido la causa de tantos males: los judíos habían escogido la violencia y rechazado el reino de paz anunciado por Jesús.
El evangelista quiere ponernos en guardia ante el peligro de cometer los mismos errores. Quien se aleja de Jesús para seguir a otros “mesías”, quien confía en la violencia, quien cultiva proyectos de dominio sobre los demás, termina siempre por provocar desastres, es decir: por hacer caer sangre sobre ellos y sobre sus propios hijos.
Solo Mateo narra los hechos extraordinarios acaecidos al morir Jesús: “La tierra tembló, las piedras se partieron…cadáveres de santos resucitaron…” (Mt 27, 51-56).
En aquel tiempo se creía que el mundo estaba lleno de iniquidad y todos esperaban el nacimiento de un mundo nuevo. Se decía que, en el momento del paso de la humanidad de una época a otra, el sol se oscurecería, los árboles derramarían sangre, las piedras se resquebrajarían lanzando gritos y los muertos resucitarían.
Esto que dice Mateo hay que entenderlo, por tanto, no como la crónica de un hecho acaecido el 7 de abril del año 30, sino como la afirmación de un teólogo que, en el momento de la muerte de Jesús, se da cuenta del nacimiento de un mundo nuevo. Su mensaje es de alegría y de esperanza y va dirigido a todos los atrapados en la angustia y en el dolor, a los que se sienten envueltos en sombras de muerte. El reino de Dios comienza cuando, en la cruz, el Señor ha revelado todo su amor y su interés por el destino del hombre.
Otro episodio referido solamente por Mateo es la muerte de Judas (cf. Mt 27,3-10). Este discípulo es el símbolo de todos los que por un cierto tiempo siguen al Maestro y, convencidos después de que Jesús no realiza sus sueños de gloria y sed de poder, lo abandonan o incluso se convierten en sus enemigos.
El episodio es narrado sobre la falsilla del único y verdadero suicidio que encontramos en el Antiguo Testamento, el de Ajitófel, el traidor de David (cf. 2 Sam 17,23) y presenta zonas de sombra y de misterio que no se aclararán nunca. Si dejamos a un lado, por un momento, estereotipos y prejuicios, no puede uno menos que sentir respeto y piedad por el drama de este hombre quien –según hablan Pedro, Juan y los otros evangelistas–, no parece que tuviera ningún amigo en el grupo de los apóstoles. Cuando vio camino de la muerte al único que lo amaba, debió sentirse terriblemente solo como para llevar el peso de su error. Por desgracia recurrió a las personas equivocadas para desfogar su remordimiento y tormento interior: los sacerdotes del templo que se habían servido de él. Si se hubiera acercado a Cristo, su vida habría concluido de otra manera.
Finalmente, solo Mateo habla de los guardias apostados para custodiar el sepulcro (cf. Mt 27,62-66): representan la señal del triunfo del mal. Su sola presencia es el testimonio de que el justo ha sido vencido, el liberador reducido al silencio, encerrado para siempre en un sepulcro.
Es ésta también nuestra experiencia: el mal da siempre la impresión de asegurarse un triunfo definitivo; de tal manera, que hace aparecer como ensoñaciones y sueños las esperanzas de justicia del pobre, del débil y del indefenso.
Dios, sin embargo, interviene inesperadamente: un ángel suyo hace girar la piedra del sepulcro que impide el regreso a la vida, y se sentará encima de ella (cf. Mt 28,2) y en cuanto a los soldados a sueldo de la injusticia e iniquidad: huirán despavoridos ante el resplandor de su luz (cf. Mt 28,4).
Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini con el comentario para el evangelio de hoy en: http://www.bibleclaret.org/videos