VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO EN TIEMPO ORDINARIO - AÑO B
LA INDISOLUBILIDAD: UNA EXIGENCIA DEL AMOR, NO UN PRECEPTO
Hay situaciones en las que ambos cónyuges se preguntan, con razón, si es que todavía vale la pena insistir en tratar de arreglar una relación que ha nacido mal y que se está demostrando irreparablemente rota. Ya no se aman, hay incompatibilidad de caracteres, hay faltas de respeto… Si se hablan es para ofenderse y hasta los niños se ven envueltos en el fracaso de los padres. ¿Qué sentido tiene seguir juntos? ¿Puede Dios exigir que continúe una convivencia que es un suplicio? ¿No es mejor que cada uno siga su camino y reconstruya su vida?
A estas preguntas la lógica de los hombres responde sin vacilar: lo mejor es el divorcio.Si tantas parejas se separan después de pocos años de matrimonio, ¿no es preferible dejar el matrimonio a un lado y simplemente vivir juntos? Si las cosas no funcionan, cada uno se va sin demasiados problemas.
En ningún otro campo, como en el de la ética sexual, las personas están tentadas de darse a sí mismas una moral, y así la «sal» de la propuesta evangélica frecuentemente se vuelve insípida a fuerza de tantos pero, si, sin embargo, depende…
Se necesita ser “como niños” para entrar en el reino de los cielos, a fin de comprender la difícil, exigente propuesta de Cristo. Solo aquellos que se sienten pequeños, los que creen en el Amor del Padre y confían en Él, se encuentran dispuestos a dar la bienvenida a los pensamientos de Dios. No todos lo pueden entender, sino “solo aquellos a quienes se les es dado" (Mt 19,11); no a los sabios e inteligentes sino a los pequeños (cf. Mt 11,25).
“Solo el camino angosto que propone Jesús lleva a la vida”.
Primera lectura: Génesis 2,18-24
18El Señor Dios se dijo: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada”. 19Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. 20Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las fieras salvajes. Pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. 21Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y el hombre se durmió. Luego le sacó una costilla y llenó con carne el lugar vacío. 22De la costilla que le había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. 23El hombre exclamó: “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque la han sacado del Hombre”. 24Por eso el hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne.
Después de la Creación “vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno” (Gen 1,31). Todo era maravilloso, y, sin embargo, el Señor se dio cuenta de que, en el jardín donde brotaban de la tierra “toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer” (Gen 2,9), el hombre no era feliz. Intuyó la razón y decidió llenar el vacío: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada” (v. 18).
Adán disfrutaba de la intimidad con Dios quien, aprovechando la brisa del atardecer, bajaba a caminar con él. Tenía trabajo, una tierra que cultivar, amar y respetar; estaba protegido y tenía comida. Nada de esto, sin embargo, le satisfacía porque estaba solo. Necesitaba alguien con quien hablar, a quien dar y de quien recibir amor.
La soledad es una derrota. ¿Cómo remediarla? El Señor creó los animales, los plasmó con la arcilla del suelo, como lo había hecho con el hombre, y les dio una vida similar a la del hombre, y luego los entregó al hombre que, agradecido, los recibió como sus ayudantes y compañeros (vv. 19-20).
Utilizando el lenguaje del mito, el autor sagrado reconoce y bendice el profundo vínculo que une el mundo animal al del hombre. Éste proviene originariamente de la tierra y, por tanto, está emparentado con los animales, con los que establece una relación de coexistencia y cooperación; los animales tienen la tarea de custodiar, proteger e, incluso, salvar al hombre.
Adán ya no está solo. Cultiva la tierra, es propietario de rebaños, pero todavía no está satisfecho. Al hombre no le bastan las criaturas o el éxito profesional, y ni siquiera Dios le basta; para llenar su soledad necesita de alguien semejante a él. “No tengo a nadie; no pertenezco a nadie” es el más apasionado de los lamentos. El Señor, que quiere la alegría del hombre, pone manos a la obra y crea a la mujer.
El objetivo de la enseñanza bíblica no es enseñar de dónde viene la mujer sino responder a preguntas existenciales: ¿Quién es la mujer? ¿Por qué existe la bipolaridad sexual? ¿A qué se debe que el hombre y la mujer sientan tan fuerte el atractivo sexual? ¿Es la mujer inferior y la sirvienta del hombre?
En el campo de la sexualidad, donde el instinto fácilmente nubla al intelecto y conduce a decisiones que, aunque dictadas por el sentido común, demuestran ser deshumanizantes, es importante descubrir el plan de Dios.
La palabra kenegdò, traducida como “semejante a él”, en realidad significa “frente” a él.La mujer es puesta por Dios frente el hombre no para ser dominada sino para establecer con él un diálogo fecundo, un enfrentamiento comprometido y a veces duro, que comporta tensiones inevitables, porque el objetivo es la humanización gradual de ambos. La mujer y el hombre se convierten, en esta perspectiva, en mutua ayuda.
A la mujer se le asigna la tarea de ser ayuda para el hombre. Esta tarea se considera a veces, erróneamente, como una confirmación por parte de Dios de la inferioridad de la mujer. Los estudiosos de la Biblia han demostrado, sin embargo, un hecho significativo: la palabra hebrea 'ezer, “ayuda”, se usa en la Biblia prácticamente solo en referencia a Dios. “Mi Dios, tú eres mi ayuda”, exclama con confianza el salmista (Sal 70,6). Solo Dios es capaz de rescatar al hombre cuando se encuentra en situaciones en que está en juego su propia vida.
Referido a la mujer, este título no es, por tanto, para indicar inferioridad sino que define su tarea sublime: la mujer está llamada a hacer presente al Dios-ayuda, junto al hombre; a dar continuidad a la obra del Señor, ofreciendo al hombre la ayuda necesaria para su plenarealización. Sin ella, el hombre quedaría incompleto.
La imagen del Dios-alfarero, a la que se recurre con frecuencia en la Biblia, nos ayuda a comprender la misión de la mujer. El salmista dirige al Señor esta conmovedora oración: “Nosotros somos la arcilla y tú el alfarero: somos todos obras de tus manos” (Is 64,7). El hombre es arcilla a modelar y Dios ha decidido no trabajar solo; quería a alguien que loayudara a llevar a cumplimiento la más extraordinaria de sus obras: el hombre. Para ello creó a la mujer y se la confió al hombre como un recipiente de arcilla a forjar, plasmar y embellecer. De ella se espera que, al final de la vida, la entrega sea una obra maestra.
Se creía que el propósito principal del encuentro sexual era la procreación. El relato bíblico de hoy habla más bien de una ausencia (la costilla sustraída), de un vacío que debe ser llenado, de una herida que necesita ser curada, de una necesidad de salir de la soledad que pide ser satisfecha.
Es indispensable, sin embargo, tomar conciencia del hecho de que solo el uso adecuado de la sexualidad logra este objetivo. Cuando en la relación entre hombre y mujer se infiltra el egoísmo, reaparece la soledad, incluso si se está casado y se vive bajo el mismo techo.
Cuando entre los cónyuges se establece una relación persona-cosa y uno considera al otro como un objeto de disfrute; cuando cada uno vive por su cuenta, cultivando sus propias amistades, sus propios intereses, su propio entretenimiento; cuando no se hablan entre sí para tratar del proyecto de interés común; cuando no toman juntos las decisiones; cuando en la relación uno daña, cancela o aniquila al otro, entonces ambos, marido y mujer, caen de nuevoen la soledad y vuelven a estar tristes e infelices.
El amor entre el hombre y la mujer, contraído “en el Señor” (cf. 1 Cor 7,39), es indisoluble (v. 24). No se trata de una ley, porque el recurso a preceptos es siempre la confesión de una derrota del amor, sino del descubrimiento de la realidad íntima y profunda del amor que, por su misma naturaleza, no puede morir, porque “el amor es fuerte como la muerte… Sus dardos son dardos de fuego, llamaradas divinas. Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni extinguirlo los ríos” (Cant 8,6-7), porque es una participación en el Amor de Dios.
Y es monógamo. La poligamia, que la Biblia atribuye a un hijo de Caín (cf. Gén 4,19ss), es consecuencia del pecado y de la desviación del plan de Dios sobre la sexualidad.
Se desvían del proyecto divino: la aventura extramarital –una traición al amor que empobrece a los protagonistas– o la simple convivencia y las relaciones pre-matrimoniales, porque en ambos casos falta el compromiso pleno y definitivo, claramente expresado en el texto sagrado: “El hombre…se junta a su mujer y se hacen una sola carne” (v. 24).
La sexualidad no es un juego, no es una diversión. Construir el amor es un arduocompromiso, por lo que se debe evitar la impaciencia, la prisa, el desordenado darse el uno al otro, que provocan siempre dramas interiores, confusión, situaciones insostenibles, aunque ambos alardeen de una aparente felicidad.
Segunda lectura: Hebreos 2,9-11
9Hermanos, vemos a Jesús que, por su pasión y su muerte fue hecho por un momento algo inferior a los ángeles, coronado por su muerte de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, padeció la muerte por todos. 10En efecto, convenía que Dios, por quien y para quien todo existe, queriendo conducir a la gloria a muchos hijos, llevara a la perfección por el sufrimiento al jefe y salvador de todos ellos. 11El que consagra y los consagrados son todos de un Padre, por lo cual Él no se avergüenza de llamarlos hermanos...
Hoy comienza la Carta a los Hebreos, que estará con nosotros hasta el fin del año litúrgico. Los dos primeros capítulos están dedicados a la presentación de algunos aspectos de la Persona de Jesús. Después de haber afirmado, en el primer capítulo, la superioridad de Cristo sobre todas las criaturas, incluyendo a los ángeles, el autor responde a una pregunta: Jesús, tan elevado en comparación con nosotros, ¿no estará demasiado lejos de nuestra condición, de nuestras experiencias?
A esta objeción el autor responde en el segundo capítulo, del que se toma la lectura actual. “Convenía” (v. 10), explica, que el Padre eligiese para su Hijo el camino del sufrimiento y de la cruz. Lo destinaba, por tanto, a ser el líder que introduce a los hombres en la gloria de Dios. Solo un guía que ha pasado por todas las experiencias humanas, incluyendo la soledad, la traición, el abandono y la muerte, inspira confianza.
La última afirmación de la lectura es conmovedora: Jesús no se avergüenza de llamar hermanos a los hombres que vino a salvar (v. 11). Él siente solidaridad con ellos, entiende sus miserias y debilidades, porque, como se dirá más adelante en la Carta, ha aprendido a través de tanto sufrimiento lo difícil que es seguir el camino trazado por el Padre (cf. Heb 5,7-9).
Evangelio: Marcos 10,2-16
2En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron a Jesús: “¿Puede un hombre separarse de su mujer?” 3Les contestó: “¿Qué les mandó Moisés?” 4Respondieron: “Moisés permitió escribir el acta de divorcio y separarse”. 5Jesús les dijo: “Porque son duros de corazón, Moisés escribió ese precepto. 6Pero al principio de la Creación Dios los hizo hombre y mujer, 7y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer 8y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son dos sino una sola carne. 9Así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. 10Una vez en casa, los discípulos le preguntaron de nuevo acerca de aquello. 11Él les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. 12Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio”. 13Le traían niños para que los tocara, y los discípulos los reprendían. 14Jesús, al verlo, se enojó y dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí; no se lo impidan, porque el reino de Dios pertenece a los que son como ellos. 15Les aseguro, el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. 16Y los acariciaba y bendecía imponiendo las manos sobre ellos.
Es extraño que los fariseos pregunten a Jesús: “¿Puede un hombre separarse de su mujer?” Al igual que todos los hijos de Israel sin excepción, los miembros de esta secta no tenían dudas acerca de la legalidad del divorcio, ya que el Antiguo Testamento contempla la posibilidad de un segundo matrimonio. Es probable que quisieran llevar la discusión sobre las razones que justificarían un divorcio.
El tema de la indisolubilidad lo introduce Marcos en la parte central de su evangelio, junto con otras cuestiones morales, como el diálogo con quien no cree, el amor a los hermanos, el escándalo, las relaciones con los más débiles, la propiedad, la riqueza. Se ubicaen este contexto porque la exigencia de la fidelidad conyugal absoluta e incondicional nos deja consternados y perplejos y no puede ser entendida si no viene encuadrada en la lógica del amor de Cristo y del don de la vida.
Respondiendo a la pregunta que se le ha hecho, Jesús deja claro, en primer lugar, el verdadero significado de la Ley de Moisés, Ley que Él no tiene la intención de abolir sino de explicar y llevarla a su cumplimiento.
El libro de Deuteronomio parece permitir el divorcio: “Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribirá el acta de divorcio, se la entregará y la echará de casa” (Deut 24,1). Algunos rabinos, los más severos, enseñaban que el marido podía divorciar a su esposa solo si le había sido infiel; pero otros, más tolerantes y abiertos a componendas, sostenían que era suficiente que la mujer no hubiese cocinado la cena, o incluso que el marido hubiera encontrado otra mujer más atractiva.
Antes de pronunciarse sobre el tema, Jesús aclara el significado del texto bíblico. No ha sido Moisés –explica– el que introdujo el divorcio. Esta institución existió mucho antes que él y siempre fue aceptada por todos como legítima; él solamente ha tratado de disciplinarla, poniendo fin a los abusos. No ha pretendido de los israelitas, demasiado duros de corazón, uncomportamiento moral más alto que el de los otros pueblos; simplemente dicta una norma que proteja a la mujer. Ha establecido que el marido escriba un documento de divorcio para que la mujer pueda volver a casarse.
Esta disposición era particularmente oportuna porque muchos echaban a su esposa decasa, y si ésta se unía a otro la acusaban de adulterio, lo que implicaba la pena de muerte. El precepto de Moisés tenía como objetivo defender a las mujeres de este abuso; el documento de repudio la declaraba libre. Algunas de estas actas de repudio han llegado hasta nosotros, firmadas por dos testigos; una de ellas dice: “Puedes irte; te puedes casar con quien quieras; eres libre”.
Jesús reconoce el valor de la norma establecida en el Deuteronomio y la considera vinculante. Si alguien quiere divorciarse –afirma– que ¡al menos respete los derechos de la mujer! La tolerancia de Moisés, sin embargo, no es la expresión ideal del plan original de Dios.
Una vez aclarado el sentido de la disposición del Antiguo Testamento, Jesús nos invita a ir más allá de la norma y considerar la sexualidad a la luz, no de razonamientos insensatos yconductas degradantes introducidas por los hombres, sino del plan de Dios, revelado desde los primeros capítulos del Génesis: "Al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una sola carne. Así pues, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (vv. 6-9).
Esta última afirmación, añadida por Jesús a la cita del Génesis, no podía menos que dejaratónitos a sus interlocutores quienes pensaban que el divorcio, en ciertas situaciones, no solo es un derecho sino un deber.
Los rabinos enseñaban que el primer mandamiento dado por Dios es la de la procreación: "Sean fecundos, multiplíquense" (Gén 1,28) y era para ellos un deber tan fundamental que, si un matrimonio no tenía hijos, el marido debía dejar a su propia esposa para poder tener hijos de otra mujer.
Jesús toma una posición que rompe con la concepción tradicional de su pueblo y dice, en los términos más enérgicos posibles, que ningún divorcio es parte del plan de Dios. El repudioha sido introducido por los hombres y es un atentado destructor de la obra del Señor que ha unido al hombre y la mujer en una sola carne.
Con Jesús ha venido al mundo el Reino de Dios, se han cumplido las profecías: “Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26; cf. Jer 31,31-34). Es hora de decir basta a las componendas, a la mezquindad, a los subterfugios, y tender hacia el ideal indicado "al principio" por el Creador.
Solo el matrimonio monógamo e indisoluble respeta el plan de Dios y logra el objetivo por el que los hombres han sido creados «varón y mujer». Todas las otras formas de convivencia, aunque sean muy antiguas y culturalmente explicables, no respetan la dignidad del hombre y de la mujer.
Frente a la posición dura e intransigente del Maestro, no solo los fariseos sino también losdiscípulos se quedan perplejos, casi consternados y, de vuelta a casa, le preguntan de nuevo sobre el tema. Pero Jesús reafirma: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera”, y agrega: “Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio” (vv. 11-12). Esta afirmación establece un fenómeno inaudito hasta entonces: la perfecta igualdad de los derechos y deberes del hombre y de la mujer.
¿Cómo interpretarla? Cristo no ha impuesto una nueva ley, más rigurosa que la de Moisés, sino simplemente les ha recordado el plan original de Dios, que no incluye el repudio.
La meta es altísima y los pasos de los hombres son a menudo inciertos. Y como solo Dios conoce la fragilidad de cada uno, nadie tiene el derecho de erigirse en juez de sus hermanos, de evaluar las culpas o pronunciar condenas. A cada caso concreto hay que acercarse con prudencia, con compresión para el hermano, necesitado de acompañamiento y ayuda a fin de que pueda dar lo mejor de sí mismo. Mostrarse comprensivos y pacientes no significa suavizar las exigencias del Evangelio o adaptarse a la moralidad corriente sino mostrar la sabiduría pastoral.
En la última parte del evangelio de hoy (vv. 13-16), Jesús retoma la imagen de los niños e invita a los discípulos a recibir el reino de Dios como ellos. Quien se considera ya “adulto”, quien confía en su propia sabiduría o se ha anquilosado en sus propias convicciones y no acepta ser cuestionado por la palabra de Cristo, no entrará nunca en el reino de Dios. Para entender la indisolubilidad del matrimonio es necesario volverse como niños y fiarse de la sabiduría del Padre.