Primer Domingo de Adviento – Año A
UN JUICIO QUE SALVA
“¡Teme el juicio final de Dios!”
Esta es la amenaza que aun usan algunos predicadores para persuadir –cada vez en forma menos eficaz– a alejarse del mal.
La imagen de un Dios juez está presente en todo el Evangelio. Pero muy especialmente en el de Mateo, donde aparece casi en cada página. ¿Cuál será el sentido de esta insistencia?
La rendición de cuentas al final de los tiempos está demasiado lejana y es muy débil para ejercer un impacto sobre las decisiones que se toman en el tiempo presente. La sentencia inapelable, de tipo forense, pronunciada por Dios al final de la vida no servirá a nadie: será imposible en ese momento recuperar el tiempo perdido o usado mal.
A nosotros nos interesa el otro Juicio de Dios: aquel que Él pronuncia en nuestro tiempo presente.
Sobre las decisiones que todos nosotros tomamos, escuchamos muchos "juicios": el de los amigos, el de la publicidad, el de la moda, el de la vanidad, el de los celos, el del orgullo, el de la moral de nuestros días... Y allí está también –aunque débil, silenciado, cubierto por otras “sentencias"– el juicio de Dios, el único que nos indica el camino de la vida, el único que al final se descubrirá válido.
Vigilar quiere decir “saber discernir” y estar en condiciones de acoger el juicio que puntualmente llegará a nosotros en los momentos más inesperados y de la forma menos pensada.
"Haz que yo siga, oh Señor, tus juicios."
Primera Lectura: Isaías 2,1-5
1Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: 2Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor, sobresaliendo entre los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones, 3caminarán pueblos numerosos. Dirán: “Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la Palabra del Señor”.4Será el árbitro entre las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, hoces. No alzará la espada pueblo contra pueblo; ya no se adiestrarán para la guerra. 5Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
Los israelitas, al menos una vez al año, tenían que visitar el templo de Jerusalén para participar en las fiestas, ofrecer sacrificios y cumplir con las promesas.
Isaías –el profeta nacido y crecido en un ambiente aristocrático y culto de la capital– ha visto cada día grupos de peregrinos subir al monte del Señor “entre gritos de júbilo de una multitud en fiesta” (Sal 42,5). Un espectáculo emocionante que ha suscitado en su ánimo sensible los sueños, la espera y las esperanzas que nos ha entregado en el magnífico poema que hoy nos propone la Primera Lectura.
Los tiempos son difíciles, la situación es dramática para el pequeño Reino de Judá ya atacado por una coalición de pueblos que quieren involucrarlo en una guerra temeraria contra Siria. El ejército enemigo se acerca y “el corazón del Rey Acaz y el de su pueblo comienzan a agitarse como se agitan las ramas del bosque con el viento” (Is 7,2).
Todos están aterrados; solo Isaías mantiene la calma e invita a confiar en Dios: Jerusalén no será conquistada –asegura– y luego, como en un rapto de éxtasis y con la mirada fija hacia el futuro lejano, pronuncia su oráculo.
“Ahí está –dice–. Veo el monte de la casa del Señor sobresaliendo como el punto más alto de la tierra; veo una multitud inmensa de peregrinos de cada pueblo, raza, lengua y nación (v. 2) que se dirigen hacia el Santuario. No van a ofrecer sacrificios, holocaustos o incienso, sino van a escuchar la Palabra del Señor; quieren instruirse en sus caminos (v. 3).
El fruto del acercamiento al monte de la casa del Señor es la paz descrita con imágenessugestivas (v. 4).
Los instrumentos de muerte –las espadas y las lanzas– se transforman en instrumentos de producción, en arados y hoces para la cosecha.
Los pueblos destruyen las armas y ponen fin a las guerras. Es el auspicio del desarme universal; es el reino de la justicia, de las bendiciones de Dios.
Mensajes similares –al menos en apariencia– han sido ya pronunciados. Son innumerables las inscripciones encontradas sobre las lápidas y textos literarios que celebran las gestas gloriosas de los faraones y de los soberanos del antiguo Medio Oriente: todos anuncian la paz.
La subida al trono de un nuevo rey era proclamada siempre como el inicio de una edad deoro. Un canto sobre Ramsés IV, en un lenguaje casi mesiánico, proclama: “aquellos que teníanhambre fueron saciados y están contentos; los desnudos son vestidos de lino fino y aquellos que eran prisioneros fueron liberados; aquellos que peleaban en este país se han pacificado”.
Sin embargo, precisamente en el día en que se autoproclamaba pacificador del mundo, el faraón, en una ceremonia ritual, lanzaba una flecha hacia cada punto cardinal con el propósito de atemorizar a cualquiera que tuviese en mente atacar a su país. Prometía la paz, pero sostenida porla amenaza del uso de la fuerza, ostentando el poder de las armas…
Isaías anuncia una paz diferente que no se basa en astucias ni cálculos humanos sino en la adhesión de todos los pueblos –convocados en la ‘ciudad de la paz’– por la Palabra del Señor.Esta Palabra cambia el corazón; los que la reciben cesan de construir las torres de Babel y renuncian para siempre a la agresividad y al uso de las armas.
Los cristianos han visto realizarse esta profecía en Jesús. Con Él apareció en el mundo ‘la Palabra’ de la paz. Porque Cristo “es nuestra paz; Él vino y anunció la paz a ustedes, los que estaban lejos y la paz a aquellos que estaban cerca” (Ef 2,14.17).
Desde los primeros siglos los judíos han desmentido esta interpretación afirmando que Jesúsde Nazaret no puede ser el mesías, el pacificador anunciado por el profeta, porque el mundo nuevo aún no ha llegado. ¿No continúan acaso los odios, las violencias, las guerras, las desgracias, los lutos y los llantos?
La objeción es seria, pero nace de un malentendido. El reino de Dios, la paz universal, no se instaura milagrosamente, sin la colaboración del hombre, y se desarrolla lentamente, como la pequeña semilla que requiere años para convertirse en un árbol grande.
El ‘final de los tiempos’ de los que habla el profeta (v. 2) ya comenzó. Las promesas ya empezaron a cumplirse en la Navidad. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos eran muy conscientes de esto.
“Los otros hombres –declaraba Orígenes–continúan empuñando la espada y luchan, pero nosotros los cristianos somos un pueblo que rechaza aprender el arte de la guerra; por medio de Jesús, hemos sido hechos hijos de la paz mediante nuestro Maestro Jesús’ (Orígenes, Contra Celsum, V, 33).
Justino, respondiendo al rabino Trifón: “Si bien éramos muy expertos en el arte de la guerra, de asesinatos y de cada tipo de maldad, hemos transformado sobre toda la tierra nuestros instrumentos de guerra: las espadas en arados, las lanzas en hoces; y ahora construimos el temor a Dios, la justicia, la humanidad, la fe y la esperanza, aquella esperanza que nos viene del Padre”(Justino, Diálogo con Trifón, 110,2-3).
Y San Ireneo era aún más explícito: “…no queremos combatir más. Si alguien nos ataca, pongamos la otra mejilla. Cuando esto suceda, recordemos que los profetas nos hablaron de Aquel que lo hizo primero: Jesús de Nazaret, nuestro Señor” (cf. Ireneo, Adv. Haer., IV 34,4).
Ciertamente el mundo de paz será instaurado. Pero su construcción será más rápida cuanto más decidida sea la elección de la humanidad por volver a Cristo y dejarse instruir por su Palabra.
Segunda Lectura: Romanos 13,11-14
Hermanos, 11reconozcan el momento en que viven, que ya es hora de despertar del sueño: ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. 12La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz. 13Actuemos con decencia, como de día: basta de banquetes y borracheras, basta de lujuria y libertinaje; no más envidias y peleas. 14Revístanse del Señor Jesucristo y no se dejen conducir por los deseos del instinto.
Para describir la vida de los cristianos, Pablo recurre a las imágenes bíblicas de la luz y las tinieblas. Antes del bautismo –dice– ustedes caminaban en las tinieblas de la noche y llevaban a cabo aquellas obras que da vergüenza hacerlas a la luz del sol: basta de banquetes y borracheras, basta de lujurias y libertinaje, no más envidias y peleas. Son estas las acciones que ofuscan la mente, esclerotizan el corazón e impiden acoger los juicios de Dios sobre las realidades de este mundo.
Después del bautismo los creyentes han abandonado estas obras y han entrado en el reino de la luz; se han despojado del viejo vestido y se han puesto el nuevo: Cristo. En ellos, hoy es posible contemplar las obras, la mirada, las palabras, la sonrisa del Maestro porque Jesús los envuelve como un manto.
Pablo, sin embargo, constata que hay tinieblas aun entre nosotros, que no han desaparecido todavía; es consciente de que una noche obscura pesa todavía sobre el mundo: las guerras continúan, las venganzas, las envidias…, pero no se deja llevar por el desaliento como a menudo nos sucede a nosotros.
Sus palabras son una invitación a la esperanza: “La noche está ya avanzada; es más, está a punto de terminar.” Un nuevo día está surgiendo; una humanidad nueva está surgiendo.
¡Qué confianza la de Pablo después de tan solo 30 años de cristianismo!
Hoy los problemas existen y son dramáticos. El mundo está caminando hacia el desastre ecológico y demográfico –anuncian muchos– y se asiste por doquier a una pérdida de valores….Sin embargo no es posible, después de 2000 años de cristianismo, ver solo las tinieblas y contemplar en modo tan pesimista el futuro.
Ya el Qohelet amonestaba: “No es sabio quien afirma que los tiempos antiguos eran mejores que los presentes” (Qo 7,10).
Si tuviéramos la mirada del Apóstol, si creyéramos, como él, en la presencia del Espíritu, descubriríamos, aun en los momentos más oscuros, los signos luminosos del mundo nuevo que ha comenzado.
Evangelio: Mateo 24,37-44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 37 “La llegada del Hijo del Hombre será como en tiempos de Noé: 38En aquellos días anteriores al diluvio la gente comía y bebía y se casaban, hasta que Noé se metió en el arca. 39Y ellos no se enteraron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos. Así será la llegada del Hijo del Hombre. 40Estarán dos hombres en un campo: a uno se lo llevarán, al otro lo dejarán; 41dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán, a la otra la dejarán. 42Por tanto estén prevenidos porque no saben el día que llegará su Señor. 43Ustedes ya saben que, si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría vigilando y no permitiría que asalten su casa.44 Por tanto, estén preparados, porque el Hijo del Hombre llegará cuando menos lo esperen.”
El lenguaje empleado en este pasaje evangélico puede dar lugar a interpretaciones extravagantes (o inclusive especulaciones) sobre el fin del mundo y los castigos de Dios. Se puede también reducir a una invitación a estar siempre alertas porque la muerte puede venir de repente y encontrarnos desprevenidos. Estas interpretaciones tienen su origen en la incomprensión del género literario “apocalíptico” que era muy usado en tiempos de Jesús y que resulta bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura.
Tenemos que tener siempre presente que el Evangelio es, por su naturaleza, buena noticia, anuncio de gozo y esperanza. Quien se sirve del Evangelio para sembrar miedo y crear angustias –con toda seguridad– lo está usando de un modo incorrecto y se aleja del auténtico significado del texto.
En el pasaje de hoy –es cierto– el tono es amenazador: cataclismos, destrucciones, peligros de muerte. El lenguaje es a propósito duro e incisivo; las imágenes son típicas del juicio punitivoporque Jesús quiere mantenernos en guardia frente al grave peligro de perder la oportunidad de salvación que ofrece. La negligencia, la ignorancia, la falta de atención a los signos de los tiempos, la insensibilidad espiritual conducen a la catástrofe. Quien pierde la cabeza por las realidades de este mundo y se deja absorber por las preocupaciones mundanas, quien vive adormecido y aturdido, a la búsqueda de placeres, se encamina a un despertar dramático.
¿Pero qué significan estas imágenes? Recordemos el contexto del cual procede este pasaje bíblico.
Un día los discípulos invitaron al Maestro a admirar la magnífica construcción del Templo. En lugar de compartir su orgullo justificado, Jesús los sorprende con una profecía: “¿Ven todo esto? Les aseguro que se derrumbará sin que quede piedra sobre piedra” (Mt 24,2). Jerusalén,rechazando la conversión, está decretando la propia ruina.
Estupefactos, los discípulos le dirigen entonces dos preguntas: ¿Cuándo sucederá esto y cuáles serán los signos premonitorios? (cf. Mt 24,3).
En lugar de satisfacer su curiosidad, Jesús les responde introduciendo una enseñanza de apremiante actualidad para las personas de todos los tiempos: Es necesario mantenerse vigilantes. Y, para que quede más claro, cita tres ejemplos.
El primero está tomado de un relato bíblico (Gén 6,9). En tiempos de Noé vivían dos categorías de personas: algunos pensaban únicamente en comer, beber y divertirse; no estaban preparados y perecieron. Otros estaban vigilantes, atentos a lo que pudiera suceder. Advirtieronque el Diluvio se estaba acercando, se salvaron y dieron inicio a una nueva humanidad (vv. 37-39).
Como el Diluvio llego de repente, así –declara Jesús– llegará de repente la ruina de Jerusalén. Como en tiempos de Noé muchos perecieron, así muchos judíos que no quisieron reconocer en Él al enviado de Dios y no escucharon su Palabra, perecerán en la catástrofe de la ciudad. Sin embargo aquellos que tengan los ojos y el corazón abierto para reconocer y acoger su mensaje se salvarán y darán comienzo a un nuevo pueblo.
El segundo ejemplo surge de las actividades que los hombres y las mujeres del pueblo desarrollaban diariamente: el trabajo de los campos y la preparación de la harina para hacer el pan (vv. 40-41). Justo mientras se viven las situaciones más normales y aparentemente más banales, algunos se mantienen atentos, se comportan como personas inteligentes y perciben al Señor que viene. En cambio otros están distraídos, despreocupados, negligentes y sientan así las bases de la propia destrucción. Las acciones que desarrollan parecen idénticas: se empeñan en el trabajo, se ganan la vida, comen, beben, se casan; es la manera de actuar la que es radicalmente diferente. Algunos están atentos, se dejan guiar por la luz de Dios y “serán llevados”, es decir salvados; otros viven abrumados por las preocupaciones de este mundo, no tienen presente los ‘juicios’ de Dios y ‘serán dejados’, es decir no serán participes de la nueva realidad del Reino de Dios.
La decisión a tomar es urgente y dramática: se trata de escoger entre la vida y la muerte; por esto Jesús insiste: “vigilen porque no saben el día en que el Señor vendrá” (v. 42). Vale la pena repetirlo: Jesús no vendrá al final de nuestras vidas para pedirnos cuentas: viene hoy, con sujuicio salvador.
El tercer ejemplo es todavía más claro: El ladrón no avisa antes de llegar; es por esto que el dueño no puede dormirse ni siquiera un instante; debe mantenerse despierto; de lo contrario corre el riesgo de ver desaparecer todas sus pertenencias (v. 43).
¡Qué sorprendente es este Dios! Se comporta como un ladrón y parece querer aprovecharse del momento en que el hombre no está preparado para ir a visitarlo.
La imagen ciertamente es inquietante porque sugiere más la idea de la amenaza que de la salvación. Pero es eficaz; es un timbre de alarma: llama la atención sobre el peligro inminente que corremos al no darnos cuenta del momento favorable, del día en que el Señor viene a implicarnos en su paz. También los habitantes de Jerusalén –quería decir Jesús– habrían podido vigilar para no ser sorprendidos por la tragedia que se les venía encima. En otra ocasión Jesús ha expresado así la urgencia de su llamada: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los enviados! ¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos bajo sus alas y tú te negaste!” (Mt 23,37).
La conclusión final retoma el tema conductor del pasaje bíblico y lo aplica a los discípulos de todos los tiempos: “Por tanto estén preparados porque el Hijo del Hombre llegará cuando menos lo esperen” (v.44).
Sabemos muy bien qué es lo que significa perder ocasiones únicas en la vida. Tantas veces lohemos experimentado. Cuanto más sorprendentes e inesperadas son esas ocasiones, cuanto más diferentes y alejadas de los criterios comunes de juicio, tanto más fácil dejarlas escapar.
Las visitas de Dios en nuestra vida son siempre difíciles de acoger porque no se adecuan a la ‘sabiduría humana’, son incompatibles. Contrastan siempre con la mentalidad común y corriente.
Solamente aquellos que están vigilantes las reconocen y ‘son salvados’, aquí y ahora.