27 Domingo del Tiempo Ordinario – Año A
Cristo: piedra que destruye nuestros ídolos
Introducción
El último versículo del Salmo 137 –el célebre canto del exiliado– viene siempre cuidadosamente ignorado. Después de la desgarradora referencia al llanto de los deportados junto a los ríos de Babilonia, el poeta, dirigiéndose a la ciudad sanguinaria, exclama: “¡Dichoso el que agarre y estrelle a tus hijos contra la piedra”! (Sal 137,9). No menos embarazoso es el versículo con que concluye la parábola del evangelio de hoy y que omite el texto del leccionario. Refiriéndose a Cristo –la piedra que los constructores han descartado y que Dios la ha colocado como piedra angular– el evangelista comenta: “¡El que tropiece con esta piedra se hará trizas; al que le caiga encima lo aplastará!” (Mt 21,44).
Son imágenes desconcertantes que de pronto se iluminan si se capta su referencia a la escena descrita en el libro de Daniel: una piedra –no movida por mano de hombre– se desprende de la cumbre y golpea una estatua colosal de apariencia espléndida, pero terrible que se desploma hecha pedazos (cf. Dn 2,31-35). Es el ídolo que el hombre –en su estupidez– se ha construido y de cuya esclavitud no logra ya más liberarse; es la sociedad corrupta, injusta y deshumana que se ha creado a sí mismo y de la que se vuelve víctima.
Cristo y su evangelio son “la piedra” lanzada por Dios contra esta estructura monstruosa, son “la piedra” que desenmascara y desactiva la lógica de este mundo, la astucia, las maniobras sucias y, sobre todo, las imágenes insensatas que los hombres se han hecho de Dios. Contra esta piedra están destinados a hacerse trizas los planes de los malvados y “sus hijos a estrellarse”: los malvados, es decir, no tendrán descendencia, se quedarán sin posteridad, sin futuro, porque Dios hará desaparecer del mundo nuevo todos los agentes de iniquidad. ¡Esta es la buena noticia!
Los grandes de este mundo –constructores de la nueva “torre de Babel” –, descartan esta piedra porque no se adapta a sus planes, porque desvirtúa sus sueños y destruye sus reinos.
Han tratado de eliminarla; pero Dios la ha escogido como roca de salvación y quien la ponga como fundamento de la propia vida no quedará defraudado o desilusionado.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
Somos la viña del Señor ¿Qué frutos le podemos presentar?
Primera Lectura: Isaías 5, 1-7
5,1: Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: Mi amigo tenía una viña
en fértil terreno.5,2: Removió la tierra, la limpió de piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar. Y esperó que diera uvas, pero dio frutos agrios. 5,3: Y ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. 5,4: ¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio frutos agrios? 5,5: Y ahora les diré a ustedes lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su cerca para que la pisoteen. 5,6: La dejaré arrasada: no la podarán ni la limpiarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. 5,7: La viña del Señor Todopoderoso es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantación preferida. Él esperó de ellos derecho, y ahí tienen: asesinatos; esperó justicia, y ahí tienen: lamentos.
“Al final de los tiempos…ninguna nación alzará la espada contra otra nación... Se sentará cada uno bajo su parra y su higuera sin sobresaltos” (Mic 4,1-4). Con esta simpática imagen bucólica, Miqueas describe la imagen tranquila y serena a que aspiraba todo israelita. La viña era el símbolo de la paz, de la unión familiar, de la alegría, de la fiesta. La amada del Cantar de los cantares soñaba correr entre las viñas, tomada de la mano del amado, en una fresca mañana de primavera: “amanezcamos entre las viñas, veremos si las vides ya florecen, si echan flores los granados y allí te daré mis amores (Cant 7,13). La esposa del hombre bendecido por Dios es como “la vid fecunda” en la intimidad de su casa (Sal 128,3).
En este contexto cultural, en que la viña viene asociada al reclamo del amor, ha nacido el poema-canción que nos viene propuesto hoy y que, justamente, está reconocido como una de las obras maestras de la literatura mundial. Describe la pasión de un agricultor por su viña, un afecto avasallador como el del enamorado por la mujer de su vida. En casa, en la calle, con los amigos, no habla sino de ella.
El poeta imagina ser el amigo de este “esposo” y cuenta: “mi amigo tenía una viña en un terreno fértil” (v. 1). Una viña excelente, cepas adquiridas en el extranjero, escogidas entre miles. Había sido plantada sobre la falda soleada de una colina, lugar ideal para obtener esos racimos que ya en Julio comienzan a teñirse de violeta, señal de una uva de sabor exquisito y presagio de un vino bueno y fuerte. El terreno había sido desbrozado de espinas, malas hierbas y piedras que fueron recogidas en las márgenes del campo, sirviendo para levantar una cerca que hiciera de muro de protección, juntamente con una torre, contra los ladrones y animales salvajes.
Ninguna atención, cuidado o esfuerzo había sido ahorrado. La ternura del amado aparece en la insistencia con que se repite la expresión mi viña: “Habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más podría hacer por mi viña que no lo haya hecho? Ahora les diré a ustedes lo que voy a hacer con mi viña” (vv. 3-5).
A este punto, el lector está ansioso por conocer lo que sigue del relato. ¿Qué producirá la viña, objeto de tantos cuidados? En la segunda estrofa (vv. 3-4) viene narrada la dramática sorpresa del agricultor: esperaba una uva excelente y, por el contrario, se encuentra con una uva salvaje, áspera, incomible (v. 4).
Como ocurre con el enamorado traicionado y decepcionado cuyo amor se transforma en desilusión, resentimiento y despecho, el agricultor decide infligir un terrible castigo a su viña: abatirá el muro que la cercaba, para dejar a los viandantes entrar y pisotearla; a los animales salvajes que la destruyan y a los cardos y espinas que la sofoquen; no la podará más; no la escardará; mandará a las nubes que no descarguen sobre ella la lluvia benéfica o el rocío (vv. 5-6).
La última estrofa (v. 7) explica el sentido del símbolo: la viña es Israel, la vid escogida y preciosa que el Señor adquirió para sí en Egipto. Ya el profeta Oseas, unos cuantos años antes, había declarado: “Israel era vid frondosa” (Os 10,1).
El autor del salmo 80 desarrolla el detalle de la remoción de las “piedras”, es decir, de los pueblos que ocupaban Palestina antes de la llegada de los israelitas, detalle solo insinuado en nuestro canto: “Arrancaste una vid de Egipto, expulsaste pueblos y la plantaste; desalojaste a sus predecesores y echó raíces hasta llenar el país” (Sal 80,9-10). La torre de protección era la dinastía de David.
A tanto amor, Israel ha respondido con la infidelidad y la rebelión. Los frutos (la uva buena y dulce) que el Señor esperaba eran la fidelidad a la alianza, la justicia social, la ayuda al pobre, al huérfano y a la viuda. ¿Qué ha encontrado? Gritos de gente oprimida y explotada, una religión hecha de procesiones, peregrinaciones al templo, ritos no correspondidos con la conversión del corazón.
En el texto original hay un curioso juego de palabras: justicia y rectitud (que Dios esperaba de su pueblo) son términos similares a derramamiento de sangre y grito de los oprimidos (que es lo que Israel produce). Quien oye la pronunciación de estos términos, puede fácilmente confundirlos (mishpat = rectitud y mishpah = derramamiento de sangre; tzedapah = justicia y tze’aqah = grito de los oprimidos). A primera vista, también la uva selvática puede aparecer buena, pero es solo apariencia.
En la alegoría de la viña se enfrentan dos actitudes: la de Dios que manifiesta un amor concreto (prepara el terreno, planta las vides escogidas, las protege con una torre, cava un lagar) y la del pueblo que, olvidándose de la justicia, se contenta con ritos externos, con oraciones devotas (cf. Is 1,11-17).
La severa denuncia de Isaías, viene propuesta también a los cristianos de hoy: sobre ellos recae el peligro de creerse en buenas relaciones con Dios por el hecho de realizar impecablemente las prácticas religiosas.
A causa de su infidelidad, Israel ha ido al encuentro del desastre nacional: ha sido invadido por pueblos extranjeros (los asirios, los babilonios…) que han devastado “la viña del Señor” y han reducido Jerusalén: “a choza de melonar” (Is 1,8). Esta destrucción el símbolo de la esterilidad a que se reduce el que ignora, desconoce, no valora las atenciones y el cuidado exquisito que el Señor tiene con él.
Segunda Lectura: Filipenses 4,6-9
4,6: No se aflijan por nada, más bien preséntenselo todo a Dios en oración, pídanle y también denle gracias. 4,7: Y la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús. 4,8: Por último, hermanos, ocúpense de cuanto es verdadero y noble, justo y puro, amable y loable, de toda virtud y todo valor. 4,9: Lo que aprendieron y recibieron, escucharon y vieron en mí pónganlo en práctica. Y el Dios de la paz estará con ustedes.
En los primeros versículos de la lectura (vv. 6-7) Pablo afirma que nada puede destruir la paz y la alegría de un cristiano, nada puede angustiarlo, si permanece unido a Dios en la oración. En la segunda parte (v. 8) viene presentada una lista de virtudes humanas que los cristianos están invitados a cultivar en la propia vida; se trata de cualidades y comportamientos que son apreciados por todos en cualquier lugar. Todo lo que nos hace amables, simpáticos, honorables, respetados, debe ser practicado por el cristiano; no podemos presumir de ser discípulos de Cristo si antes no somos leales, honestos, íntegros y respetables. Sin temor a ser desmentido, Pablo, poniendo la falsa modestia aparte, se atreve a presentarse como modelo de estos comportamientos (v. 9). Su recomendación es una invitación a los cristianos de hoy a cultivar un trato dulce, simpático, respetuoso con todos, especialmente con los no creyentes.
Evangelio: Mateo 21,33-34
21,33: Escuchen otra parábola: Un hacendado plantó una viña, la rodeó con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre; después la arrendó a unos viñadores y se fue. 21,34: Cuando llegó el tiempo de la cosecha, mandó a sus sirvientes para recoger de los viñadores el fruto que le correspondía. 21,35: Pero los viñadores agarraron a los sirvientes y a uno lo golpearon, a otro lo mataron, y al tercero lo apedrearon. 21,36: Envió otros sirvientes, más numerosos que los primeros, y los trataron de igual modo. 21,37: Finalmente les envió a su hijo, pensando que respetarían a su hijo. 21,38: Pero los viñadores, al ver al hijo, comentaron: Es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la herencia. 21,39: Agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. 21,40: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿cómo tratará a aquellos viñadores? 21,41: Le responden: Acabará con aquellos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le entreguen su fruto a su debido tiempo. 21,42: Jesús les dice: ¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho y nos parece un milagro? 21,43: Por eso les digo que a ustedes les quitarán el reino de Dios y se lo darán a un pueblo que produzca sus frutos.
Como el profeta Isaías, también Jesús recurre a la imagen de la viña para describir la obra de Dios y la respuesta del hombre; la escena, sin embargo, es un tanto diversa. Cambian los personajes: el primer plano no lo ocupan Dios y la viña que da uva agria e incomestible, sino un dueño, Dios, y sus dependientes, identificados con los sumos sacerdotes y guías espirituales del pueblo a los que va dirigida la parábola (cf. Mt 21,23). La viña, por otra parte, no estéril; parece que da frutos, pero no son entregados al dueño. Finalmente, la conclusión es diversa: no abandono ni devastación de la viña, sino un nuevo comienzo, una iniciativa de salvación, los trabajadores ineptos son substituidos por otros.
Entremos en la parábola. Un terrateniente planta una viña, la circunda con una valla, escaba un lagar, construye una torre, la entrega al cuidado de viñadores y se va. Llegado el tiempo de la vendimia, envía a sus siervos a recoger la cosecha, pero éstos se encuentran con la sorpresa de que los viñadores no quieren entregar los frutos. La primera hipótesis que viene a la mente es que los viñadores quieren quedarse con los frutos; existe, sin embargo, otra posibilidad, quizás la más probable: no tienen ningún fruto que presentar. Puede ser que no hayan trabajado, que hayan pasado el tiempo en crápulas y francachelas o que no hayan hecho un buen trabajado.
Algunos de ellos comienzan a burlarse de los enviados del dueño, después vienen los insultos y finalmente los golpes y la muerte de algunos siervos. El dueño no se da por vencido, ama demasiado a su viña y manda, entonces, otros siervos, más numerosos que los primeros, pero los resultados son los mismos. Como último tentativo, envía a su propio hijo, pero los trabajadores de la viña lo echan fuera también a él y lo matan, convencidos de convertirse en dueños del campo que les había sido encomendado. Como en la primera lectura, también en el evangelio todos los detalles del relato tienen un significado simbólico.
El patrón es el Señor que ha prodigado incontables cuidados y manifestado un inmenso amor por su pueblo (v. 33). La cerca es la Torá, la ley que Dios ha dado a su pueblo para protegerlo de sus enemigos, es decir, de las propuestas de vida insensata que les habría llevado a la ruina. Los viñadores representan los jefes, los líderes religiosos y políticos cuya tarea era la de colocar al pueblo en las condiciones ideales para producir los frutos que el dueño espera de ellos, y que la primera lectura nos permite identificar: se trata de frutos de amor al prójimo y justicia social.
Los dos grupos de invitados se refieren a los profetas que antes y después del exilio han sido enviados, cada vez más numerosos para exhortar Israel a la fidelidad a la alianza. He aquí cómo se expresa Dios por boca de Jeremías: “Desde que salieron de Egipto hasta hoy les envié a mis siervos los profetas un día y otro día; pero no me escucharon ni prestaron oído, se pusieron tercos y fueron peores que sus padres (Jer 7,25-26). El destino de estos hombres fue dramático: golpes, lapidaciones (cf. 2 Cor 24,21), cepos y cadenas (cf. Jr 20,2), muertes a espada (cf. Jr 26,23). No podían esperar otra cosa: eran portavoces de Dios y de su sabiduría; demasiado alejada de los pensamientos de los hombres, absurda, inaceptable. He aquí por qué los viñadores quieren posesionarse del campo, rechazan todo otro punto de referencia, pretenden gestionar ellos solos la viña. Representan a aquellos para quienes Dios no cuenta y que consideran sus dones como un bien de que apropiarse.
El Hijo es Jesús. El tiempo de la vendimia representa el momento del juicio de Dios que –hay que tener esto bien presente– no hay que entenderlo como “ajuste de cuentas”, sino como una intervención salvífica. Me explico. Al final de la parábola, Jesús trata de envolver en la trama del relato a sus oyentes y le pide su parecer sobre qué comportamiento esperarían del dueño de la viña, y ellos responden convencidos: “Acabará con aquellos malvados” (v. 41).
Esta imagen severa y truculenta, es fruto de la efervescente fantasía oriental que -como muchas veces hemos indicado- se complace en pintar cuadros con tintes fuertes ósea hipérboles y excesos.
Pero Jesús sigue otra lógica. En vez de aprobar las palabras de amenaza y destrucción pronunciadas por sus oyentes (v. 41), propone la acción de Dios: el Señor no reaccionará destruyendo al malvado ni tampoco fingiendo que el mal no ha sido cometido. Éste permanece, no puede ser maquillado. Pero Dios interviene para sacar bien del mal, es una obra maestra de salvación. Se puede recordar lo que José dijo a sus hermanos que lo habían vendido a los egipcios: “Ustedes intentaron hacerme mal, Dios intentaba convertirlo en bien dando vida a un pueblo numeroso” (Gen 50,20).
Los versículos 39.42-43 constituyen la parte central de la parábola: describe la muerte y resurrección del Señor. Los líderes del pueblo agarran al Hijo y lo echan fuera de la viña. Es lo que ha sucedido a Jesús: ha sido tenido por un blasfemo, un impuro y por esto ha sido conducido fuera de los muros de la ciudad para ser ajusticiado. Pero Dios, resucitándolo, lo ha glorificado, lo ha constituido Señor, piedra angular de un nuevo edificio.
El resultado final de la intervención del dueño es la entrega de la viña a otros trabajadores que la hagan fructificar. No se trata de una reacción de despecho por parte del dueño, sino de un gesto suyo de amor y de salvación. Ni siquiera el rechazo y la muerte del Hijo hacen que Dios se convierta en enemigo del hombre.
Refiriendo esta parábola, el evangelista Mateo pensaba ciertamente en la infidelidad de los líderes de su pueblo y su rechazo al Mesías de Dios. Pero no solamente pensaba en ellos, pensaba también en sus comunidades y en el mundo entero: todo hombre es un viñador del que Dios espera la entrega de los frutos.
La buena noticia con que concluye el pasaje evangélico (v. 43) es que, a pesar de todos los rechazos del hombre, al final Dios encuentra siempre la manera de alcanzar su objetivo y obtener los frutos buenos que desea.
Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini con el comentario para el evangelio de hoy en: http://www.bibleclaret.org/videos